Es temprano y aquí no huele a día.
El sol es uno más mirando sin ganas.
Nadie quiere estar aquí.
A nadie le gusta pagar por ser encerrado
(acabamos de soñar con asaltar bancos).
Examinamos al último que sube
y antes que nos descubra
volvemos al vidrio,
o al hombro casposo del oficinista cubiculista,
o tratamos de encontrar una mirada en el pequeño espejo
de la mujer que se dibuja como si nada.
Estamos tan cerca.
¿A que no soltarías el fierro inmundo y me tomarías del brazo?,
yo podría ceder caballerosamente mi hombro a la mujer embarazada.
O, de una vez, quiten todos los asientos
y echémonos en el suelo
a dormir (los con sueño),
o a manosearse (los que andan en esa).
La hebilla de una mochila en la espalda
nos devuelve al vidrio.
Afuera es lo mismo pero más cómodos.
Son las mismas caras encerradas en menos ventanas.
No detenerse.
El río.
El río quisiera llevarnos con él,
desbordar de alegría,
y empaparnos de lo que somos.
O quisiera ser libre como el cemento,
que ya desbordó y no nos dimos ni cuenta.
Aquí había gente antes, ¿se acuerda?
Protestaron con banderitas negras de bolsas de basura.
¿se acuerda?
Justo donde está ese letrero gigante de entel
vivían los traficantes,
¿se acuerda?.
No, el cemento no recuerda nada.
Allá al frente tuvieron suerte,
los dejaron donde mismo, fíjese.
Quizás no los vieron, porque están al lado de los cerros de plásticos,
junto a unos chivos que comen mugre,
detrás del humo de la quema de basura.
Cada mañana tratamos de verlos,
saliendo de sus casas,
saliendo del río,
¡saliendo de ahí!.
Pero nadie los ve.
Esa gente tuvo suerte.
Y ahí se nos viene un nombre,
escrito con piedrecitas y pastito entremedio,
Santiago,
como si fuera la respuesta a una pregunta,
o la razón de tanta mierda.
Entramos al túnel
que es el telón de la función
en nuestro vidrio.
Nos acordamos que la cosa da vueltas
y hay que afirmarse.
Olor a pescado frito.
Mercado Central.
¿Ya llegamos?.
Los apurados se dirigen a la puerta,
y aprovechan de estrellarnos
con una última cuota de humanidad.
Estación Mapocho, Metro Cal y Canto.
¡Cuidado! - La puertas se abren hacia adentro.
La micro descenderá al nivel del suelo
para comodidad de los pasajeros.
- Oiga, chao, buenos días...
- ¿?
- es que estuvimos tan cerca.
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