domingo, 7 de septiembre de 2008

Tu nombre de docente sosteniendo el séptimo hijo

disminuyó mi retórica esclava de tu parnaso.
Tus toques de sólida que altera la novena gracia
palpitó la esperma rojiza de tus abuelos.
Tu lámpara de ciega aumentando el tiempo silente
bramó acostándose y vio muelles de estambres.
Nosotros vamos a doblar
cuatro tablas sin moral.
Vamos a respingar latidos
esporádicos de siervos enfermos.
A contraer la cápsula del encierro
sin ir más allá que dos hierros.
No vamos a ver el cielo rojo
porque ya no tendremos dos ojos.
No vamos a oír salvajes silbidos
porque ya no tendremos oídos.
No vamos a oler las flores abrirse
porque ya no tendremos narices.
No sentiremos la arena, la tierra,
las piedras, la greda,
el cuarto, el baño...
Santificados sean los fieles
que entregan sus pieles.

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