viernes, 10 de junio de 2011

Los palabrazos son sablazos que se lanzan a vista vendada y que se entierran justo en la espalda

Siempre he estado debajo, abajo, bajo.
Jamás Encima

Era la mesa de mi abuela,
yo un niño.
Debajo chicles pegados y tiezos, clavos mal clavados
y ese espacio maravilloso de madera,
como una ola donde recostarme,
como un diván donde nadar.
Uno cuando chico sólo ve piernas.
Yo ahí veía zapatos, calcetas,
las medias gruesas de mi abuela,
y las calcetas encima,
y su botín negro y su chiporro blanco.
Y sus arrugas dibujando un perfecto gesto de desgano.
Yo no la recuerdo diciendo palabrazos,
(no, para nada)
la recuerdo cocinando, poniendo las tacitas,
sacando el cuarto de queso chanco del papel,
su pieza, su cama oscura,
tras la cortina de encajes;
el cristo y los rosarios grandes de madera,
colgados en la pared de adentro,
y nidos con patitas de arañas asomándose,
en la pared de tejas de afuera.
Yo no la recuerdo diciendo palabrazos,
el que recuerdo me lo contaron después:
- "saludos al fiambre",
mientras mi tío salía al funeral de su amigo.
Yo la recuerdo una vez vendada en la vista
para su cumpleaños,
apagando las velas de la torta,
queriendo sacarse luego el estúpido trapo de sus ojos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Extrañaba tus letras... pero faltan los peces!

Anónimo dijo...

y los platos de comida de la rosa

Sandra dijo...

qué lindo encontrarse con ésto.

ayer murió mi abuela.